Warner Bros.

En contra del glamour y de la sofisticación, la Warner Bros. aportaba trepidación y naturalismo, con aproximación al realismo social; de ahí su trascendencia durante la primera época del cine negro.
«La senda del crimen» (1930) de Archie Mayo, abrió el género, al que inmediatamente se unieron los clásicos del cine negro «Hampa dorada» (1930) de Mervyn LeRoy y «The public enemy» (1931) de William A. Wellman. Entre las obras pertenecientes a uno de los subgéneros se infiltró una que daba protagonismo al detective privado, «El halcón» (1931) de Roy Del Ruth, y emergió otra que desvelaba los fallos de la administración de justicia y las atrocidades cometidas en las cárceles, «Soy un fugitivo» (1932), de Mervin LeRoy. La película «Veinte mil años en Sing-Sing» (1933) de Michael Curtiz sirvió de puente entre la primera fase, de contenido crítico, y la segunda, donde se contemplaba positivamente a las fuerzas de la ley. Esta segunda etapa, notablemente corta, dio obras como «Contra el imperio del crimen» (1935), «Agente especial» (1935) o «Bullets or ballots» (1936), las tres dirigidas por William Keighley.
Sin embargo pronto se avivó el espíritu crítico, con preeminencia sobre los enfoques sociales, y surgieron películas como «Marked woman» (1937) de Lloyd Bacon, «Angeles con caras sucias» (1939) de Michael Curtiz o «Los violentos años 20» (1939) de Raoul Walsh entre otras muchas. Anatole Litvak condujo a primer plano la temática de los presos con «Castle on the Hudson» (1940) y situó al boxeo en un amplio contexto social con «Ciudad de conquista» (1940). Paralelamente William Wyler aportó un melodrama de psicología criminal, «La carta» (1940); Walsh dio testimonio de los proscritos rurales con «El último refugio» (1941) y John Huston atrajo la atención hacia el detective privado con «El halcón maltés» (1941).
El ingreso de los Estados Unidos en la guerra, la marcha de Hal B.Wallis de la compañía y las actitudes anticomunistas de Jack Warner, junto a la posterior caza de brujas, hicieron que la Warner perdiera su anterior protagonismo con respecto al cine negro cuando esta corriente triunfaba en la segunda mitad de los años 40.
Algunos filmes se elevaron por encima de las circunstancias: «El sueño eterno» (1946) de Howard Hawks, «La senda tenebrosa» (1947) de Delmer Daves, «Cayo Largo» (1948) de John Huston, «Al rojo vivo» (1949) de Raoul Walsh o «Extraños en un tren» (1951) de Alfred Hitchcock, son buena prueba de ello. A ellos cabe añadir los melodramas de protagonismo femenino, como «Alma en suplicio» (1945) de Michael Curtiz, «Amor que mata» (1947) de Curtis Bernhardt o «Más allá del bosque» (1949) de King Vidor. Sin embargo no existía ya el espíritu anterior.

Fuente: Antonio José Navarro y revista Dirigido por.

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